Artículo de Cote Romero

¿Qué pasa en La Palma?

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Sin ánimo de ser premiosa, no deja de sorprenderme, ser invitada a jornadas técnicas del ámbito de la energía en diferentes islas de Canarias, y comprobar que allá donde vaya, apenas se conozca el proceso que se está recorriendo desde hace más de dos años en la isla de La Palma. Un proceso tan singular y transformador, que aventuro será una de las experiencias más relevantes de transición energética a nivel mundial. Pero vayamos por partes. Para poder apreciar en su globalidad este proceso, debemos poner previamente el enfoque en la necesaria transición energética ciudadana.


A estas alturas de la película, no es cuestionable el avance inexorable del calentamiento global, como tampoco lo es, en esta ocasión, que esté estrechamente relacionado con nuestro estilo de vida petrodependiente. La ciencia del clima es sólida. El negacionismo del cambio climático que hemos sufrido impenitentemente durante más de 30 años ha quedado claramente desmontado. Detrás de cualquier estudio científico que distorsionaba la realidad, operaban en la sombra los intereses económicos de alguna energética. Y ello ha provocado que, durante las pasadas décadas, agentes fundamentales para el cambio, ante el desconcierto, cayeran en un “laissez faire” catastrófico. En la actualidad, la voz de alarma no se restringe a la comunidad científica o a un reducto de ecologistas, si no que despunta todo un movimiento internacional de descarbonización de nuestras economías sustentado por instituciones públicas internacionales, fondos de inversión o aseguradoras transnacionales.


De tal manera que nos encontramos ante un incipiente proceso de transición energética planteado de arriba abajo, sin reflexionar la conveniencia y la necesidad de aproximar e implicar a toda la sociedad en el cambio de modelo energético.


Es importante señalar que la transición energética pasa irremediablemente por reducir el despilfarro energético de nuestras sociedades. De lo que se deriva que no estamos hablando de un mero cambio tecnológico (cambio de fuentes energéticas fósiles a fuentes renovables) sino que se trata de un cambio de paradigma. Un paradigma que supone cambios disruptivos en el uso de la energía y de hábitos de consumo, y que de no hacer una hoja de ruta planificada éstos pueden ser traumáticos. Se nos plantea un desafío importante: los cambios de hábitos son de cocción lenta, mientras que el cambio climático no nos da una tregua para mitigar sus efectos y adaptarnos a las consecuencias. Y ¿cómo comenzar esta hoja de ruta, si a la población el cambio climático, psicológicamente, le pilla muy lejos?


Ante este desafío, mi experiencia en procesos de cultura energética me lleva a afirmar con rotundidad que los procesos participados por la sociedad aceleran el cambio cultural y generan resiliencia. Y para muestra un botón. Los procesos de ahorro energético en centros escolares del programa 50/50 ecoooLocal, están jalonados de anécdotas gloriosas. Un proceso en el que ayudamos a que la comunidad escolar implemente un programa de ahorro de energía y agua disruptivo. Al estar liderado por los niños y las niñas del centro, y al no tener estos las habituales resistencias de las personas adultas, obtienen unos resultados fabulosos. La media de ahorro de electricidad, tan solo cambiando hábitos de consumo, se cifra en el 17,5% en el primer año. Pero lo que realmente es reseñable es cómo recolocan sus cabezas. En un pueblo de la sierra de Madrid, un niño de 8 años planteó en el equipo energético de su escuela (compuesto por menores y por adultos) la incoherencia de estar focalizados en ahorrar energía y agua durante todo el año escolar y a la vez, celebrar la fiesta de fin de curso en la que tradicionalmente se tiraban unos a otras baldes y cubos de agua. Esta toma de conciencia abrió un periodo de reflexión en todo el colegio durante dos meses que concluyó en una votación democrática, a través de la cual, decidieron cambiar el contenido de la fiesta a uno sostenible y coherente con el proceso de ahorro de suministros. Esto es un claro ejemplo de participación ciudadana, de cómo los procesos en los que participa la comunidad se enriquecen de la inteligencia colectiva. Asimismo, estos procesos repensados y decididos por todas las personas dotan de estabilidad a las medidas establecidas. Si esta medida se hubiera establecido de arriba abajo, bien por la dirección del centro escolar o bien por decisión del ayuntamiento, sin lugar a dudas, hubiese generado resistencias y contestación. Sin embargo, al ser tenidas en cuenta todas las opiniones, las medidas co-decididas tienen un amplio nivel de aceptación.


Esta anécdota nos indica que el camino de la transición energética debe contar con la participación real de la sociedad. Procesos innovadores y espacios de reflexión que vayan más allá de una mera y fría consulta telemática, si queremos dotarnos de avances estructurales y bien “digeridos” por la sociedad.


El proceso en la isla de La Palma


Pues bien, el proceso que se está viviendo en la Isla de la Palma contiene todos estos elementos. Un proceso que parte de la sensibilidad de la población frente al reto que como territorio insular representa el cambio climático. Al participar todos los sectores de la sociedad de La Palma (comunidades de regantes, centros de formación, asociaciones vecinales, empresas, instituciones públicas, etc.), y poder expresarse las diferentes necesidades, el debate energético se enriquece de una mirada holística que atiende a inquietudes sociales, culturales, de generación de empleo, de sostenibilidad, de seguridad de suministro, y todo ello, sin perder el rigor técnico. Un proceso en el que ciudadanía e instituciones han sabido organizarse y colaborar de manera ejemplar. Un proceso en el que participan y cooperan todos los ayuntamientos de la isla y el Cabildo Insular a pesar de ser instituciones gobernadas por siglas políticas de lo más variopintas. Ya solo por esto merece la pena poner el foco en este asunto, y cabe preguntarse qué pasa en La Palma para que se haya logrado este consenso sin precedente. Seguro que la convicción y el empuje ciudadano han desbloqueado muchas resistencias, pero sospecho que el enorme y sistemático trabajo de todas las personas implicadas, cual pedaladas en una bicicleta, consigue que el proceso siga avanzando. Se organizan, debaten, realizan asambleas, buscan alternativas, investigan experiencias de éxito, invitan a colaborar a personas expertas, y así un largo etcétera a fin de que esta hoja de ruta no quede en una mera declaración de buenas intenciones o en un brindis al sol.


Quizá sea el momento de que toda Canarias conozca y se sienta orgullosa de este proceso propio. Un proceso incipiente que va a precisar apoyo porque afectará al modelo de gestión centralizada de las grandes corporaciones. Corporaciones, que si bien no generan empatía social, en el imaginario colectivo las ubicamos como organizaciones profesionales serias que saben hacer las cosas. Y desgraciadamente, este encaje es a costa de ubicar cualquier alternativa como proyecto “bien intencionado” pero carente de rigor técnico. Sería un error histórico permitir que la resistencia al cambio y el rechazo a la innovación social no generasen los apoyos necesarios a fin de que el proceso avance y sirva de modelo a imitar en otras partes del mundo.


Desde aquí mi reconocimiento a personas normales y corrientes que deciden plantearse con mucho sentido común un poderoso ¿por qué no?, y se ponen a trabajar. Esto es sana autoestima, aquella que cree que las personas, a pesar de las diferencias, juntas podemos cambiar las cosas.



Gracias Nieves, Nuria, Adela, Vicente, José Luis, Tomás, Laura, Ana Isabel, Carlos, Alfredo, Antonio, Álvaro, Noelia, Sergio, Ángel Pablo, Marcos, Vicente, Yeray, Jacob, Francisco, Adrián, Sergio, Felipe, Borja, José María, Nieves, Anselmo, Jordi… Gracias por lo que hacéis y porque nos dais permiso para que nos planteemos nuestros propios ¿por qué no?



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