Arturo Lang-Lenton

Sinergias viento en popa

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Que la actividad del ser humano tiene incidencia en el equilibrio del ecosistema es una realidad innegable. La actividad comprende movimiento y este, a su vez, emisiones. En la actualidad, el uso de transportes, desde los aviones y grandes embarcaciones navales hasta los más pequeños ciclomotores, lleva siempre asociado emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), entre otros. Ni el más concienciado ni el más concienzudo puede evitar jadear sobre su bicicleta, exhalando a la atmósfera más CO2 del que hubiera generado estando en reposo. ¿Se imagina un transporte que emplee energías renovables con 0 emisiones asociadas?


¡Claro! Los más antiguos navegantes ya ajustaban sus velas para poder conquistar las aguas y descubrir nuevos territorios. Nada más sostenible que aquellos buques de madera con enormes paños textiles que siguiendo las estrellas lograban sacar el mejor provecho del recurso eólico. La inquietud y pericia humana nos llevó de pronto a una era industrializada a partir de la cual logramos no estar a merced de los recursos no gestionables para asegurar transportes, y lo que es más importante, llegar al destino.


Conocidas las virtudes y el confort que han procurado estos avances industriales, mucho nos ha costado regresar, por urgencia climática, a sistemas que minimicen la huella del desarrollo humano en la Tierra. Según recoge el Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (IDAE), en 2014 el sector transporte representaba el 26% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero en España. Por modos de transporte, la carretera representa casi el 95% de las emisiones, mientras que la contribución de otros modos de transporte es bastante más minoritaria. La incidencia del consumo de energía en el transporte provoca serias consecuencias económicas y sociales, tales como: efecto invernadero, ruido y otros daños al medio ambiente, atascos, accidentes y empobrecimiento de la calidad de vida y de los servicios.


Afortunadamente, la antes referida inquietud y pericia del ser humano nos trae ahora la posibilidad de navegar por carretera, propulsados por la energía inagotable del sol. Los vehículos eléctricos a baterías (BEV, por sus siglas en inglés) son vehículos completamente libres de emisiones. La energía (eléctrica) es almacenada en sus baterías químicas -a base de litio- y de ahí pasa al motor eléctrico de tracción. Sin residuos, sin subproductos, sin tubo de escape. Al buen observador no se le escapará que debemos ver la solución del BEV en su conjunto: ¿de dónde procede la energía eléctrica que carga sus baterías? ¿no estaremos simplemente trasladando el foco de contaminación?


Y es verdad. La electrificación del parque automovilístico será tan limpia como lo sea la generación del sistema eléctrico al que se conecte para la carga. Pero aquí debemos considerar dos elementos que normalmente son pasados por alto. Por una parte, debemos comparar las alternativas convencionales de vehículos de combustión interna con el BEV en términos del “pozo a la rueda” (“from well to wheel” en inglés). Y aquí, considerando las emisiones asociadas a la conducción desde el momento en que se extraen los combustibles fósiles es donde aprendemos que, gracias a la enorme eficiencia energética de los motores eléctricos, y el sumidero energético que es un motor de combustión -la mayor parte de la energía del combustible se disipan en forma de calor- resulta que el BEV es menos contaminante que el convencional. Tampoco debemos perder de vista que, incluso en los frágiles sistemas eléctricos insulares, la penetración de renovables crece a buen ritmo, por lo que el balance avanzará siempre a favor del vehículo eléctrico.


Por otra parte, los vehículos 100% eléctricos proporcionan independencia como ningún otro sistema -autogás, pila de combustible, etc.- de transporte permite: el usuario puede instalar paneles solares fotovoltaicos que generen la electricidad que propulse su vehículo. Y es aquí donde encontramos que el panorama del autoconsumo solar fotovoltaico está en un momento dulce de germinación. Desde que se aprobó el Real Decreto 900/2015, ya quedaba establecido en España un marco normativo que permitía el desarrollo sostenido y sostenible de los pequeños autoconsumidores. A partir de su entrada en vigor, los usuarios domésticos de todo el país podían -sin ningún tipo de “impuesto al sol”- instalar con seguridad paneles solares fotovoltaicos en casa, siempre que no superaran los 10 kW de potencia (las potencias más frecuentes de los hogares españoles son de 5,75 y 9,20 kW).


En los últimos meses, además, hemos asistido al apresurado desarrollo de normas que persiguen simplificar aun más la puesta en marcha de estas instalaciones, como el RDL 15/2018, desarrollado por RD 244/2019. En él, se introduce la posibilidad de que los pequeños autoconsumidores viertan sus excedentes de producción a la red, con posibilidad de recuperar en diferido esta energía (concepto similar al de “balance neto”). El impulso del legislador sumado a la caída de los precios de la tecnología provocará la popularización de las pequeñas instalaciones de autoconsumo (entre 5 y 100 kWp).


En Arlangton estamos convencidos de que un modelo que se desarrollará a corto plazo será el de las pymes con sede en establecimientos con superficie disponible en cubierta sobre la que se instalarán paneles solares fotovoltaicos para el consumo propio de la empresa y además, la carga de los vehículos de sus trabajadores. ¿Qué mejor política de sostenibilidad que favorecer que tus empleados se muevan con emisiones cero reales?¿Qué mejor incentivo que llegar al trabajo y llevarte el “depósito lleno” y gratis al finalizar la jornada?


La tecnología ya es hoy madura y existen muchas instalaciones en Canarias que procuran desplazamientos con emisiones reales 0: aparcamientos de Infecar y muelle Sanapú, en Gran Canaria, Universidad de La Laguna, en Tenerife, y numerosos particulares usuarios de vehículos eléctricos. Este es el momento de izar paneles y dar un golpe de timón rumbo a las emisiones 0 en las carreteras canarias.

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