Artículo de ​José Luis Porta

Un reto de voluntad

Autoconsumo colectivo con excedentes y con compensaciu00f3n IDAE guia de autoconsumo




El autoconsumo se ha convertido en una necesidad, no un lujo. Por un lado, sufrimos una emergencia medioambiental que nos exige un ejercicio de responsabilidad individual y colectiva. Y por otro, la rentabilidad y competitividad de las fuentes renovables con respecto a las de origen fósil ha vuelto inasumible los costes de estas últimas.


En el pasado, la regulación española era un verdadero obstáculo para el autoconsumo (no así en Canarias). El llamado “impuesto al sol” era esencialmente dos cargos, uno por la energía autoconsumida y otro por la potencia instalada. Pero la realidad actual es que ha llegado el momento de que ciudadanos y empresas demos un paso adelante. Nuestro marco legal ya se parece mucho más al de Alemania donde, pese a disponer de la mitad de horas de sol, ya existe más de un millón y medio de instalaciones domésticas de autoconsumo (800.000 en Gran Bretaña).


Las previsión del Observatorio Español del Autoconsumo Fotovoltaico es que unos 300.000 hogares se sumarán a esta tendencia a lo largo de los próximos tres años. El impacto económico se estima en más de 2.500 millones y miles de nuevos puestos de trabajo. También el beneficio medioambiental es sobradamente conocido, pero se habla poco del efecto que tiene en las personas. Aquellos que optan por el autoconsumo desarrollan una cierta sensibilidad a la hora de producir, usar y relacionarse con la energía. Incluso se decantan antes que otros grupos de población por la movilidad eléctrica, el reciclaje, ahorro de agua y otros hábitos alineados con la sostenibilidad.


Respecto de las empresas, aunque supongan una fracción minoritaria de las instalaciones, coparán casi el 80% de la potencia instalada hasta 2030. Tanto es así, que hasta las compañías eléctricas tradicionales ya están ofreciendo a sus clientes el cambio al autoconsumo. Obviamente, es la “industria electrointensiva” la más interesada en aprovechar esta fuente de ahorro, que puede llegar hasta un 46%.


Tan obvio es, que en Canarias se viene haciendo desde principios de siglo en el sector de la desalación de agua (con autoconsumo eólico). Lo cual supone un hito escasamente reconocido, pero digno de ser implementado en todos los sectores productivos. Especialmente en el turístico, nuestra primera industria. Y no solo por los indiscutibles beneficios económicos y medioambientales, sino también por la cualificación de la oferta turística. La demanda de destinos turísticos sostenibles es hoy una de las tendencias globales más acentuadas entre los viajeros, y en algunos casos hasta exigidas por los operadores (ABTA Travel Trends Report 2019).


Pero, además, el autoconsumo es una herramienta muy eficaz para fijar el valor añadido de los recursos renovables en los territorios. A diferencia de otras sociedades, la discusión del modelo de explotación de los recursos energéticos autóctonos de Canarias no está en ninguna agenda. No obstante, el éxito del autoconsumo podría ser una palanca excepcional para la competitividad de nuestras empresas, para la economía en general y para el empleo en particular.


Por todo lo dicho, el horizonte resulta favorable especialmente si Canarias consolida en el tiempo los avances regulatorios que ya son históricos. La salvedad viene a cuento, porque antes de final de año se espera que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), en virtud de sus nuevas competencias, actualice la metodología de reparto de los costes del sistema eléctrico. En la actualidad, tienen una parte fija y otra variable, prácticamente a partes iguales. Si la CNMC promoviera un nuevo incremento de los costes fijos, en los hechos no habría una diferencia significativa en la factura del que consume mucho respecto del que consume poco. Y se enviaría una señal desfavorable a todos aquellos ahorradores que estén considerando mejorar su eficiencia energética o invertir en autoproducción eléctrica. De hecho, lo recomendable sería reducir la parte fija del recibo de la luz. Y desde luego, no olvidemos que además del autoconsumo, hay otros caminos para reducir los costes del sistema. Por ejemplo, las pérdidas del mismo a lo largo de toda la cadena de valor, desde la generación hasta el consumo, o la sobreinversión en infraestructuras de dudoso retorno. En definitiva, el reto hace ya tiempo que no es tecnológico ni de costes, sino de voluntad (de los consumidores también). No hay duda: el cambio de modelo está en nuestras manos y se ha convertido en una cuestión de supervivencia de nuestra forma de vida tal como la conocemos. 

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